Contengo multitudes
Sin duda, existe en el realizador Mike Flanagan una devoción nada disimulada por las novelas del escritor más adaptado al cine de la historia, Stephen King. Buena prueba de ello son las que ha llevado a la gran pantalla como El juego de Gerald (2017), Doctor sueño (2019) o la serie televisiva Carrie prevista para el año próximo. Con La vida de Chuck Flanagan nos traslada a ese Stephen King menos terrorífico y mucho más metafísico. Una novela corta que en manos de este cineasta se convierte en imágenes intensas, desarrolladas desde un espectro muy sentimental, cargado de una elocuencia emotiva en torno a la existencia. No es una película fácil. Guarda en la historia que se cuenta una proclividad hacia el optimismo dentro de una cierta tristeza, y todo ello desde un punto imaginativo, en ciertos momentos desde la más absoluta rareza, y eso la convierte en algo especial que la salva de una sensiblería que en algunas ocasiones roza.
La vida de Chuck funciona en tres actos a la inversa, desde un final apocalíptico con las complejas teorías del divulgador científico Carl Sagan de fondo, y con esa expiración del universo que funciona a la par que la muerte de ese hombre llamado Chuck, un ser anónimo que todo lo abarca y que a sus 39 años hay que darle amor y las gracias por todo, como un fantasma que se adueña de cada espacio mientras todo lo que conocemos se parte, se destruye, desaparece. Es la existencia de alguien que guarda, como en el poema Canto a mí mismo encuadrado en el libro Hojas de hierba de Walt Whitman, esa frase que una profesora en una clase insubordinada le dice a Chuck niño. Le afirma que es grande, que “contiene multitudes” como describe el poeta. Como en esas matemáticas que le inculca su abuelo mientras la abuela le marca pasos de baile en aquella casa con una torre donde se vaticinan imágenes de tristes despedidas.
La vida de Chuck tiene corazón y late hasta el final. Pero donde la película crece plena de felicidad es cuando Chuck adulto –papel a cargo de un magnífico Tom Hiddleston–, frente a una joven que toca la batería en plena calle, baila con una elegancia, prestancia y agilidad digna de los mejores bailarines clásicos de un Hollywood antiguo e inolvidable, acompañado por una espontánea que es todo vida.
la vida de chuck
Esa imaginería, esa construcción sobre la vida y la muerte, mueve los hilos de la emoción, y eso puede parecer incluso artificioso, pero no está de más enternecerse sin vergüenza con historias así porque en nuestra mente también contenemos multitudes.