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Esta es una película que ya no solo se encuentra en el ideario de la joven protagonista sino en cómo repercute en todos los que la envuelven.

Los domingos, ganadora de la Concha de Oro en el recientemente clausurado festival de San Sebastián, tiene ese punto de reflexión, de encuentros y desencuentros familiares alrededor de una historia que revela la predisposición de una joven en convertirse en monja de clausura, en sentir que Dios la llama a esa religiosidad total, algo que creará un conflicto entre cada miembro de su círculo más próximo. En un padre que desea lo mejor para su adolescente hija pero que fracasa en sus proyectos estableciendo tensiones económicas en el seno familiar, donde sobresale con energía su hermana y tía de esa chica con vocación fervorosa y mística, un rol representado por la gran actriz Patricia López Arnaiz -que ya vimos cómo brillaba en Los destellos (2024) de Pilar Palomero-, aquí representando esa poderosa personalidad que choca frontalmente con la idea de que su sobrina se recluya en un convento sin saber lo que la vida le propone, las vivencias y las sensaciones que tiene por delante, y que se diluyan en ese halo de ser una sierva de Dios.

Esa tía que puede resultar incómoda y seca pero que es la más terrenal de todos, debiendo lidiar con su drama de pareja, de desaliento conyugal, y con un anunciado fracaso empresarial, promovido por su hermano, que romperá el equilibrio y las promesas dadas. Ella, en su ateísmo, intenta que las convicciones de su sobrina no la lleven a enclaustrarla, porque no cree en un Dios que habla a una muchacha y que la llevará hacia una vida encerrada entre paredes. Alauda Ruiz de Azúa, que también firma el guion, posee sensibilidad en esa mirada hacia una chica de diecisiete años que decide convertirse en algo inhabitual en los tiempos que corren, y promueve dilemas, la conmoción que desata, y lo hace sin ruido, con un personaje, una Blanca Soroa que desprende naturalidad y contención en todo momento.

En algún momento puede dar la sensación de un efecto llamada hacia la vocación religiosa, pero con destreza, la directora se abre a otros frentes emocionales, a miradas laicas frente a una profunda cuestión de fe, a la libertad de decidir y a aceptar la decisión del otro por mucho que duela, por el hecho de que la libertad personal está por encima de lo que piensen los demás. Esa complejidad en las distintas naturalezas que aquí se muestran tienen la sutileza de una oración, pero también la forzada aceptación de quienes creen mucho más en lo terrenal que en lo divino.

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