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El saxofonista Immanuel Wilkins, durante su concierto en Lleida.

El saxofonista Immanuel Wilkins, durante su concierto en Lleida.J.C.

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JAZZ
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Un género rico como el jazz ha mostrado desde hace décadas múltiples formas de representación. Unas más comestibles que otras y, en base al grado de asimilación y aceptación por parte del público, introducido o no, más populares y menos. Dentro de ese variado abanico de posibilidades estilísticas, las corrientes más vanguardistas siempre han sido las más difíciles de entender para el gran público, habiendo supuesto, incluso, polémica y sentimientos de incomprensión durante tiempo hasta lograr ser aceptadas.

Le pasó al be-bop frente al jazz tradicional a mediados de los años cuarenta o al cool y al hard-bop frente al free-jazz y el jazz fusión a finales de la década de los sesenta y a comienzos de la de los setenta, con la irrupción añadida de nuevos elementos y formalidades muy rompedores respecto a las corrientes existentes y, por supuesto, acompañadas de nuevos creadores. En la actualidad en plena edad del jazz contemporáneo, aunque en medio de modas pasajeras y tan cambiantes, parecería que el jazz vive en un estado de vanguardia permanente, aunque la realidad sea diametralmente opuesta. Los realmente rompedores son pocos y el resto, la mayoría, habitan áreas de confort sin evolucionar apenas.

Entre la nueva generación de jazzmen, Immanuel Wilkins destaca por su radicalidad y nueva visión del género habiendo llamado la atención de la crítica y el público más entendido gracias a su exigua producción discográfica, apenas dos álbumes, Omega (2020) y The 7th Hand (2022), eso sí, premiados y aclamados unánimemente. Estos discos y sus espectáculos nos revelan a un artista, joven y de enorme proyección de futuro, sobre el cual es difícil apostar de hacia dónde va a encaminar sus próximos pasos. En su actuación en Lleida, flanqueado por el pianista Micah Thomas, Tyrone Allen en el contrabajo y el drummer Kweku Sumbry, el saxofonista de Filadefia nos dejó literalmente boquiabiertos, presentándonos en directo su último disco, de una tirada y sin solución de continuidad.

Casi dos horas de jazz de altísima calidad sin pausa, y con cuatro músicos jóvenes dando lo mejor de sí mismos en una suite de sonoridad épica y, como he leído en alguna parte y que yo no podría haberlo expresado mejor, “con la profundidad de un océano”.

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