Empático ‘savoir faire’
La verdad es que hacía años que teníamos pendiente un viaje a la bellísima Donostia para asistir a su prestigioso festival de jazz. Pero por unas cosas u otras, fechas, compromisos profesionales, o razones diversas más, la cosa no había sido posible hasta esta edición de 2025, la que suma el número sesenta de su larga historia de éxito, en que por fin vinimos a vivir plenamente y en toda su magnitud este evento cultural a todas luces imprescindible para los buenos aficionados al género nacionales o de fuera. Debo resaltar, por lo que llevo constatado en mis primeras horas en la ciudad, la magnífica sincronía logística y trabajo del personal y de la organización, pues encajar un cartel tan amplio con artistas y bandas, a base de espectáculos de pago y gratuitos desperdigados por once sedes en total, incluidos un par fuera de los límites estrictos de la ciudad, se me antoja que no es moco de pavo y, si, muy meritorio. El recital escogido para inaugurar este Jazzaldia 2025 fue el del cantante, pianista y compositor Jamie Cullum, figura ya absolutamente consolidada en el panorama musical tras años de carrera y ya superada su etapa inicial de enfant terrible que irrumpió con unas formas interpretativas nada ortodoxas y haciendo gala de ciertos dejes más propios de rockeros al uso que de un jazzman de escuela, con sus subidas sobre el piano y saltos para epatar al público. A día de hoy, Cullum, digamos que se ha dulcificado y demuestra, con dosis más mesuradas, su arte de cantante y pianista apto para todos los públicos. Se dirá que no practica jazz, según los cánones, es verdad. Pero aún sin querer demostrar que es un gran improvisador, como muchos otros del oficio, que no lo es, seguramente, es capaz de demostrar, sin embargo, magníficas dotes interpretativas y gran calidad cuando se trata de hacer de crooner y alardear de muy buenas maneras como cantante, que lo es. Nos gusta su evolución, que cante y toque bien, aunque muchos puedan acusarlo de falta de groove, calidad muy apreciada para los entendidos, aunque su variedad de registro, su capacidad de adaptación a los distintos géneros, y ese plus, encima del escenario, con grandes capacidades para el baile, el show actoril, y su empático savoir faire para conectar y agradar al público, le hacen irresistible. Un Kursaal lleno hasta los topes vibró a tutiplén con las evoluciones del británico, quien confesó que Donostia le encanta y piensa en repetir siempre que se lo demanden y cuanto antes, mejor. Al día siguiente, estaba prevista otra función suya en la playa, gratuita, que prometía ser cita sensacional con miles de personas bailando y cantando a su ritmo.