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El concierto que Jaume Pla, Mazoni, ofreció recientemente en el Cafè del Teatre nos dejó una impresión duradera en una sala prácticamente llena que confirmó, una vez más, la vigencia y la personalidad inconfundible de uno de los compositores más sólidos de la escena catalana contemporánea. Acompañado por su banda eléctrica, Pla desplegó un repertorio que cruzó etapas, sonoridades y estados emocionales sin perder nunca el hilo conductor que caracteriza su obra. Esto es una mezcla muy medida de pulsión melódica, lirismo cotidiano y una interpretación que siempre parece escrita en primera persona. El directo de Mazoni funciona como un recordatorio de que la canción, cuando está bien construida, no necesita artificios para ser contundente y llegar a emocionar. A la hora de componer su estilo se distingue por líneas vocales limpias, textos que combinan reflexión y concreción, y un sentido musical y rítmico que le permite transitar del pop de autor a un rock más áspero sin que el cambio resulte abrupto ni llegue a molestar. En directo, esas virtudes se amplifican cuando la electricidad de la banda actúa como un motor que da profundidad a los arreglos, sosteniendo el dinamismo de los crescendos y aportando una capa extra de tensión cuando las letras lo reclaman. La interpretación de Pla mantiene intacta esa mezcla de cercanía y convicción que ha hecho de su propuesta un lugar propio dentro del panorama musical catalán. Su voz, más rasgada en directo que en estudio, se mueve con una naturalidad casi conversacional, como si cada canción fuera una confidencia lanzada al público sin filtros, pero con una precisión expresiva que evita cualquier exceso sentimental. Esa honestidad es, probablemente, la clave de su capacidad para conectar tanto con quienes lo siguen desde hace años como con los espectadores que lo escuchan por primera vez. Vi caras felices pues el impacto emocional del concierto fue evidente.

En varios momentos, la sala respondió no con ruido, sino con un silencio atento, señal de un público atrapado por unas canciones que apelan a experiencias comunes sin caer en la obviedad. Para los recién iniciados, el impacto es aún más visible con la sensación compartida de estar descubriendo a un artista que no busca deslumbrar, sino compartir, y que precisamente por eso acaba siendo memorable. Su banda, compacta y precisa, contribuyó a esa atmósfera de implicación total, alternando pasajes de una intensidad casi frenética con otros más contenidamente poéticos.

Así, este nuevo paso por el Cafè –lugar imán, según él mismo declaró, de algunas de sus mejores intervenciones en nuestra ciudad, que le encanta visitar más pronto que tarde–, sirvió para regalarnos lustrosas versiones de algunas de sus más estimadas composiciones de toda la vida, trufadas entre el material más recientemente acuñado. A saber, temazos como Natura morta, Ailodiu, La promesa, La granja de Paula, Ei, que surt el sol, Caputxeta, Eufòria o Pedres, entre un ramillete de más de veinte selecciones que nos brindó durante el rato largo que nos mantuvo con la alerta puesta.

Pop-rock

En fin, a destacar que esta última cita de Mazoni entre nosotros se cerró con la sensación de haber asistido a algo más que un concierto. A una demostración en toda regla, quizás, de cómo la canción de autor, electrificada o no, cuando se arma con rigor y sinceridad, logra tocar fibra sensible no solo de los fieles sino también de quienes acuden al encuentro sin expectativas ni opinión formada alguna.

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