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Lola Dueñas recibió el Premio de Honor.

Clausura de la 25ª Mostra de Cinema Llatinoamericà de CatalunyaMagdalena Altisent

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Dejé por ti mis bosques, mi perdida

arboleda, mis perros desvelados,

mis capitales años desterrados,

hasta casi el invierno de la vida

Esta tristeza escrita emanaba de un Rafael Alberti en su exilio romano hacia una ciudad que lo había de acoger y que paseó en su exilio para escribir “Roma, peligro para caminantes”. Esa nostalgia, esa melancolía y pesadumbre por lo perdido, por una nueva etapa vacilante e insegura, me traspasó cuando después de un cuarto de siglo dirigiendo la Mostra, ésta desapareció del mapa cultural de la ciudad, y con ella tantas cosas…Por ello, cuando DIS publicó un monográfico sobre la desaparición de este evento en el cual escribieron un buen puñado de amigos lamentando la decisión de olvidarla, me resultó imposible expresar con palabras mi desencanto, la rabia y el rencor que martilleaba con constancia los pensamientos hacia quienes, con excusas, la anularon, empujándola a la nada. Pienso que si no obedecía a una nueva línea institucional, en un momento dado se podía haber prescindido del director artístico, de su equipo incluso, pero hacerlo del festival que después de tantos años ya tenía un reconocimiento internacional consolidado y que representaba a nuestra ciudad fue un error, algo que ninguna otra ciudad a buen seguro hubiese hecho.

Ahora ya ha pasado el tiempo y el resentimiento ha dado paso a la indiferencia. Ya no hay heridas que lamerse. Tan solo recuerdos de un tiempo febril y apasionado, con sus virtudes y sus taras pegadas en la memoria de aquel grupo de leridanos codo con codo con voluntarios latinos afincados en Lleida y colaboradores técnicos, profesionales e ilustradores trabajando sin descanso para que cientos de producciones se pudiesen mostrar aquí con toda su fuerza, imaginación, talento e incuestionable calidad cinematográfica.

Era la presencia de todo un continente con más de veinte países representados año tras año, edición tras edición. Y sí, la Mostra tuvo sus momentos de gloria, sus aciertos en películas que posteriormente devendrían en exitosas propuestas, en la fidelidad hacia los nuevos y las nuevas cineastas, a la de los grandes directores, hacia una cinematografía poderosa en su mirada, en su forma de hacer cine. Todo eso estuvo presente durante veinticinco años aquí.

Ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en las grandes ciudades. Aquí, en Lleida, a base de esfuerzo, en muchas ocasiones por encima de nuestras posibilidades, que año tras año se repetía para alimentar las noches sin sueño, los nervios a flor de piel para que todo encajase, en la obstinada laboriosidad de todos los que formaban parte de ese encuentro anual por donde pasaron como invitados, representando a su profesión o como jurados de lujo, nombres como Jordi Dauder –que con pasión ejerció como adjunto a la dirección–, Quino, creador de la inmortal Mafalda, el maestro Pere Portabella, el filósofo Javier Sádaba, el mítico director de Fotografía José Luis Alcaine, el compositor Alberto Iglesias con once Goyas en su haber, galardonado en Cannes y Venecia y nominado a los Oscar en cuatro ocasiones, el gran Carlos Saura, que en la próxima edición de los Goya recibirá el de Honor después de haber visitado la Mostra en varias ocasiones y ser página completa junto al festival en el Herald Tribune, Agustí Villaronga, Pino Solanas, Eliseo Subiela, el desaparecido escritor Roberto Bolaño, Antonio Gasset, Isabel Allende, Daniel Burman, Marcelo Piñeyro, Marisa Benenson, actriz principal de Barry Lyndon de Stanley Kubrick; actrices con solera como Charo López, Mirta Ibarra, Pilar Bardem, Ariadna Gil, Ángela Molina, Nora Navas, Mercedes Sampietro, Patricia Reyes Spindola, Emma Suárez, Emma Vilarasau o Carme Elías; clásicos como Juan Diego, Juan Antonio Bardem, Sancho Gracia, Jorge Perugorria, Emilio Gutiérrez Caba, Omero Antonutti, Adolfo Aristarain, Iciar Bollaín; leridanos como Francesc Betriu o Jaume Balagueró; los oscarizados Fernando Trueba o Luis Puenzo, los Leonardo Sbaraglia, Sergi López, Damián Alcazar, Eduardo Noriega, José Coronado, Josep Maria Pou, Eduardo Blanco, Antonio de la Torre, Federico Luppi, Darío Grandinetti, José Sacristán, Pedro Armendáriz Jr, Viggo Mortensen y tantos otros, algo por cierto difícil de igualar porque fueron muchas las presencias en la Mostra. Todos ellos no vinieron aquí para ser más grandes. Ya lo eran. Lo hicieron para hacernos más grandes a nosotros. Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda, mis perros desvelados,mis capitales años desterradoshasta casi el invierno de la vida.

Con ellos, con sus películas, imaginamos días de lluvia en calles porteñas, en los cafés de Buenos Aires, las lentas tardes de domingo de Montevideo, las aguas embravecidas del Pacífico en la Isla Negra de Neruda, en los paisajes revolucionarios de México o en los sonidos de la música estancada en el tiempo de La Habana.

Un día por la calle alguien me dijo “siento que te quitasen la Mostra”, y sí, algo de eso pasó, pero te la quitaron también a ti, a la ciudad, a la cultura, porque uno piensa que no es lo mismo dirigir una política cultural que querer dirigir la cultura. Eso siempre será de los creadores, de los que convierten sueños en realidades, e interferir en ello de forma autocrática no vale.

Criticar es fácil y el tema es mucho más complejo, mucho más visceral, como esos matrimonios que se rompen por menospreciarse. Lo cierto es que la Mostra desapareció como aquel que se toma un café, y si algo he aprendido bien es que nada es para siempre, que al final todo, si no se desea con el corazón, se evapora, se esfuma, se va, un final incluso para aquello que se cree inamovible.

En recuerdo de Jordi Dauder y Héctor Zampaglione.

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