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La capital británica volvió a quedar sumida en el caos el sábado por la noche tras una nueva serie de atentados que se producían mes y medio después de la tragedia del puente de Westminster, con 5 muertos, y a menos de dos semanas del ataque al Manchester Arena que se saldó con 22 víctimas mortales tras el concierto de Ariana Grande.

En esta ocasión, el balance, al menos hasta la tarde de este domingo, era de diez fallecidos, entre ellos tres terroristas, y 48 heridos, algunos de ellos de extrema gravedad, y el modus operandi para desatar el terror fue parecido a los de los anteriores zarpazos en el Reino Unido. Primero se trató de una furgoneta que embistió a decenas de peatones que paseaban por el London Brigde. Después sus tres ocupantes se dirigieron al cercano mercado de Borough para atacar con armas blancas de forma indiscriminada a cuantas personas se encontraron.

Es decir, grupos reducidos de agresores que siembran el terror sin importarles lo que les pueda ocurrir a ellos, en una escalada de fanatismo que no parece tener fin. El hecho de que el ataque sea el tercero en poco más de dos meses en el Reino Unido, un país con todas las alarmas activadas y a escasos cuatro días de las elecciones, demuestra lo complicado de controlar de esta nueva táctica de los terroristas, lobos solitarios que difícilmente levantan sospechas antes de perpetrar sus sanguinarias fechorías.

La primera ministra británica, Theresa May, tras informar de la docena de detenciones de sospechosos, aseguró que los atentados tienen en común “la ideología del islam extremista”, a la vez que anunció la revisión de la estrategia antiterrorista del Gobierno para “derrotar a una de las grandes amenazas de nuestro tiempo” y de la que ningún país, ya sea occidental u oriental, está a salvo.

Que hoy lunes se retome la campaña electoral, tras quedar suspendida un día, y que este domingo se celebrase el concierto de Manchester a beneficio de las víctimas de la tragedia del 22 de mayo evidencia que, sin bajar en absoluto la guardia, es necesario recobrar la normalidad para demostrar a estos criminales y a quienes les guían, a partir de una errónea lectura de sus creencias religiosas, que pese a sus salvajadas el terror no puede ni podrá adueñarse de nuestra sociedad.

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