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Una vez más una mujer en un cargo relevante vuelve a estar en el punto de mira. En esta ocasión le ha tocado el turno a Jacinda Ardern, de 37 años, y nueva jefa de la oposición en Nueva Zelanda. Las elecciones generales en el país se celebran el próximo 23 de septiembre y si el Partido Laborista gana podría convertirse en la primera ministra. Su edad y su situación personal, casada sin hijos, provocaron esta semana que algunos periodistas le preguntaran respecto a su elección: ¿Dedicarse a la política o ser madre? Ardern salió airosa con sus respuestas, pero la polémica ha generado un intenso debate, sobre todo porque a ninguno de los jefes de gobierno o de estado actuales y que no tienen hijos (Francia, Italia, Holanda y Suecia, entre otros) jamás se les ha planteado una cuestión semejante. En sus primeras 24 horas en el cargo tuvo que responder en varias ocasiones a preguntas sobre sus planes personales. La primera vez dijo, amablemente, que el dilema al que ella se enfrenta es el mismo de muchas mujeres que desean forjarse una carrera profesional, pero a medida que los comentarios iban reiterándose, la polémica alcanzó nivel mundial. SEGRE explica hoy en un amplio reportaje que una de cada cuatro leridanas en edad fértil, concretamente 40.000 mujeres, no tiene hijos. La mayoría por decisión propia y por varios motivos, muchos de los cuales están fundamentados en una sociedad que pese a amparar la igualdad legal, jurídica, laboral y social, arrastra todavía muchos roles y una serie de costumbres, hábitos y tradiciones ligadas al machismo que hacen muy difícil converger la maternidad y los éxitos personales o profesionales. Y hasta que desde la escuela, los medios de comunicación, la publicidad, las empresas, y por supuestísimo la política en todos sus ámbitos no hagan un esfuerzo por romper este techo de cristal al que se enfrentan las mujeres, la demografía correrá un serio peligro que puede poner en riesgo la actual estructura económica sobre la que se basan muchos estratos de nuestra sociedad, desde el cobro de las pensiones y las políticas activas, hasta miles de servicios que penden o dependen de la demografía. La maternidad es sin duda una cuestión estrictamente personal pero protegerla y promocionarla es una cuestión que nos afecta a todos y por tanto deberíamos fomentarla y dar todas las facilidades para frenar las alarmantes cifras decrecientes en el mundo occidental.

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