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Hoy se cumplen seis meses del ingreso en prisión de Jordi Sànchez, presidente de la Assemblea Nacional Catalana, y de Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural. Los Jordis, como se les conoce desde el 16 de octubre, recibieron ayer el apoyo de centenares de miles de personas, independentistas y no independentistas, que clamaron por una solución política y no represiva al conflicto catalán en una multitudinaria manifestación, que partió de la plaza de Espanya de Barcelona y convirtió el Paral·lel en una marea amarilla. Todos los partidos políticos soberanistas apoyaron la convocatoria de la plataforma Espai Democràcia i Convivència para reclamar la libertad de los líderes independentistas encarcelados y que se busquen “espacios para el diálogo y la negociación política”. Esta vez, los soberanistas tuvieron a su lado a los Comuns, a los sindicatos CCOO y UGT, a la Confederació d’Associacions Veïnals de Catalunya o a la Federació d’Associacions de Pares i Mares de Catalunya (FAPAC). Una muestra del carácter transversal y mayoritario que tiene la petición de diálogo en la sociedad catalana. Eso también se refleja si se traslada el pulso al Parlament, donde las tres formaciones republicanas y los Comuns suman 78 diputados, frente a los 56 de los constitucionalistas (Cs, PSC y PP). Ante este panorama, tal como siempre hemos defendido en este espacio editorial, la solución tiene que ser política. Pero haciendo caso omiso a Joan Maragall, Espanya no escolta. Los políticos y líderes independentistas presos en Soto del Real, Estremera y Alcalà-Meco ya son nueve. Y otros siete han cruzado la frontera, internacionalizando el conflicto y dejando en evidencia a la justicia española, que ve como la grave acusación de rebelión no la compran ni en Escocia, ni en Bélgica, ni en Suiza, ni en Alemania, donde se encuentra el 130 presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Ni a él, ni a Jordi Sànchez, ni a Jordi Turull se les ha permitido someterse a una investidura en el Parlament. Un panorama complicado que no tiene en cuenta que, como advertía Nelson Mandela tras 27 años de cautiverio, “la cárcel es una tremenda educación en la paciencia y en la perseverancia”. La judicialización del llamado procés no ha hecho más que alimentarlo y abrir heridas. Es la hora de la política. Si se negoció con ETA pese a los muertos, hay que poder hablar, también, con Catalunya.

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