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Todos los asesinatos son monstruosos por definición, pero el caso de Tenerife, en el que un hombre amenazó a su mujer con que no volvería a ver a sus hijas tras el divorcio de la pareja, que posteriormente desapareció con ellas y que el jueves se encontró el cadáver de la mayor, Olivia, de 6 años, rompe todas las barreras de lo explicable por la mente humana. Ser capaz de acabar con la vida de dos niñas, de las que además era el padre, simplemente para hacer daño a la madre de las pequeñas porque ha empezado una nueva vida sin él, es de una crueldad que solo puede achacarse a la enajenación de este hombre.

Pero una vez hayamos hecho los minutos de silencio preceptivos, llorado y escandalizado, es necesario que, como sociedad, nos preguntemos cómo alguien puede llegar a estos extremos y pongamos todos los medios y remedios para que este terrorismo doméstico diario pueda tener fin. En lo que llevamos de año ya se acercan a la veintena las mujeres muertas vilmente a manos de sus maridos, parejas o excompañeros, y en los últimos años las cifras de machismo mortal son insoportables, humana y socialmente.

Las leyes han evolucionado mucho en cuanto a la protección de las maltratadas, física o psicológicamente, pero hasta que la igualdad no se enseñe y practique desde la más tierna infancia, el sufrimiento de muchas mujeres y sus hijos seguirá siendo cotidiano. La denominada violencia vicaria, con la que los maltratadores instrumentalizan a los hijos de las víctimas para ocasionarles más dolor a las madres, como el drama de Canarias, tampoco es nueva y son decenas los menores que la sufren cada año.

Es otra punta del iceberg que observamos desde hace años pero que todavía no hemos logrado erradicar. La tolerancia cero con la violencia de género y sus actitudes, desde el mundo emocional al laboral, político, deportivo o mediático, ha de ser un compromiso de todos y para todos.

Cualquier brecha en esta finalidad común, como la que pretende demasiado a menudo Vox, no hace más que retrasar su final. El ‘regalo’ de Barbal a TrempSe fue de Tremp con 14 años, pero nunca se ha desvinculado de su tierra, hasta el punto de forzar que el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes se celebrara por primera vez en 52 años fuera de Barcelona.

Maria Barbal sufrió mucho con el drama que se vivió en la residencia de Tremp a causa de la Covid y quiso llevar la alegría al Pallars Jussà, darle visibilidad. Era una manera de agradecer la fidelidad de sus vecinos, para quienes sigue siendo “la Mari”, y devolver homenajes como el que recibió en 2008, cuando se bautizó con su nombre la biblioteca de esta localidad.

Una gran escritora y mejor persona..

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