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Las mascarillas se han convertido en el último año y medio en el auténtico símbolo de la pandemia y con la supresión de su obligatoriedad en los espacios exteriores a partir del día 26 anunciada ayer por Pedro Sánchez en Barcelona parece marcar también el inicio del fin de la pandemia. Eran obligatorias desde el 19 de mayo del año pasado y antes ya habían sido polémicas desde el inicio de la epidemia y con el confinamiento por la escasez y la falta de previsión al asegurarse los contingentes necesarios.

Se convirtieron en los primeros símbolos de solidaridad con donaciones masivas o fabricación de tapabocas artesanos y su utilización se generalizó sin más reticencias que las de los negacionistas habituales. Su eficacia en los momentos más duros ha sido más que evidente, evitando contagios por saliva y aerosoles e incluso la propagación de otras enfermedades como la gripe y, junto con el mantenimiento de la distancia y el frecuente lavado de manos, se convirtieron en la tríada preventiva hasta que comenzaron a llegar las vacunas, que son las que realmente nos han permitido acceder a la situación actual.

Ciertamente, con la vacunación masiva y la inmunización de más de la mitad de la población, el mantenimiento de las mascarillas en espacios exteriores dejaba de tener eficacia y tal vez se mantenía para evitar posibles relajamientos, recordarnos que el virus sigue campando con nuevas variantes y que aún falta gente por vacunar, pero países como Australia, Estados Unidos, Reino Unido, Israel, Polonia y Hungría ya habían retirado esta obligatoriedad hace días y este pasado jueves lo han hecho Andorra y Francia. En España la norma cambiará a partir del día 26 y hay que insistir en que dejará de ser obligatoria al aire libre cuando se pueda mantener el metro y medio de distancia, pero seguirá siendo obligatoria en caso de aglomeraciones y evidentemente en los espacios cerrados, donde el riesgo de transmisión es 20 veces mayor que al aire libre, de uso público o donde coincidan personas no convivientes.

En cualquier caso, este verano cambiará el paisaje urbano y ya no veremos mascarillas por todas partes.Crisis demográficaComo era previsible, la pandemia también ha golpeado a la demografía, que ha sufrido en 2020 su peor crisis desde la Guerra Civil. En España fallecieron casi medio millón de personas, 492.930, que son 74.000 más que el año anterior, y hubo menos nacimientos, 339.206 niños, un 6 por ciento menos.

En Lleida, la evolución es similar con la cifra más baja de nacimientos en 19 años, 3.363, y desgraciadamente récord de fallecimientos desde 1941 con 4.846, un 15% más que en el año anterior. Un saldo negativo también por lo que respecta a la población.

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