Lleida y Huesca, más cerca
La inauguración ayer del último tramo de la autovía A-22 entre Lleida y Huesca acerca a ambas capitales a poco más de una hora de distancia. Son 107 kilómetros cuyas obras se han prolongado durante casi dos décadas, desde que en 2006 empezaron las de la variante de Monzón, y que los ayuntamientos por donde discurre ya venían reclamando desde 1992. Esta vía de alta capacidad, aparte de recortar en más de 25 kilómetros la distancia entre ambas capitales, contribuye a reforzar el crecimiento de la actividad económica registrada en los municipios de este corredor en los últimos años, especialmente en el sector agroalimentario, que ha comportado que la renta media por persona haya crecido en unos 5.000 euros al año. Otro aspecto positivo de esta nueva vía es que ayuda a fortalecer los lazos históricos entre Lleida y buena parte de la provincia de Huesca en unos momentos en que las relaciones políticas entre Catalunya y Aragón no están en su mejor momento, en pleno conflicto por la polémica sentencia judicial que obliga a entregar los frescos románicos de Sijena que se encuentran en el MNAC, después de ser salvados durante la Guerra Civil por la Generalitat republicana. La culminación de la A-22 es por todo ello una muy buena noticia y, a la vez, el tiempo que se ha necesitado para conseguirlo ilustra las dificultades que hay para impulsar infraestructuras que no se enmarcan dentro del esquema radial con centro en Madrid predominante en el Estado. Solo hay que ver el estado de otros proyectos que afectan a Lleida, como el de la autovía A-14, que de momento solo llega hasta Alfarràs, y la mejora de la N-230 hacia Francia. Todavía es más ilustrativo lo que ha sucedido con el Corredor Mediterráneo, una infraestructura ferroviaria entre Algeciras y Francia prioritaria no solo a nivel español, sino de la Unión Europea, que fue proyectada inicialmente ya a finales de la década de los 80, fue incluida en la red transeuropea de transportes en 2013 y todavía no tiene fecha de finalización.
Trump militariza EEUU
Cada día que pasa está más claro que Donald Trump es un peligro para todo el mundo, empezando por los propios EEUU. El martes, en una reunión con más de 800 altos mandos del Ejército, volvió a insistir en su teoría de que el país está sufriendo “una invasión interna” y afirmó que “deberíamos utilizar algunas de estas ciudades peligrosas como campos de entrenamiento para nuestros militares”. Por muy disparatada que parezca esta propuesta, solo es un paso más en su política de presentar a las ciudades gobernadas por los demócratas como un paraíso del crimen, que ya le ha llevado a desplegar a la Guardia Nacional en Los Ángeles y Washington.