Es fácil hasta que deja de serlo
Hace unos días veía, en La Nostra, ahora 3Cat, el reportaje L'embolic burocràtic (El enredo burocrático). Interesante y triste a la vez. Aparecían varios testimonios que relataban –lo diré de memoria y de forma exagerada– que para poder ampliar treinta centímetros una granja le habían reclamado mil doscientos documentos, firmados del derecho y del revés, digital y manualmente. Citas previas y visitas insoportables a la capital. Una salvajada que la chica explicaba desesperada.
A medio reportaje aparecía un funcionario que explicaba los motivos de tanto papeleo. Decía que, hoy, todo el mundo quiere prevenirse. Que ampliar treinta centímetros una granja puede llevar a la administración (y sus trabajadores) a los tribunales.
Porque ampliar treinta centímetros una granja puede afectar a los suelos y las protecciones de las aves y puede aumentar el caudal de aguas contaminantes, los nitratos y la emisión de dióxido de carbono. Todo muy ambiental. O puede atentar contra las leyes urbanísticas del municipio, porque estos treinta centímetros forman parte de un terreno protegido –por nadie–, o que el catastro marca claramente que no pueden ser treinta, sino que en todo caso tienen que ser treinta y uno, o veintinueve, los centímetros. Y vuelta a empezar, señora ganadera. Más formularios, papeles y burocracia.
Se entiende que el funcionario quiera garantizarse la extrema protección. Se entiende. Pero la ganadera que quiere que las gallinas tengan treinta centímetros más para andar –por cierto, orden europea– no tiene por qué permitir este circo.
Intuyo que, por querer hacerlo correctamente, saldrá perdiendo, mientras la administración se seguirá felicitando por haber garantizado el cumplimiento estricto de las normas que, en teoría, son para mejorar la vida de todo el mundo.
De todo el mundo excepto de lo que se encuentra atrapado en la telaraña burocrática. Todo el apoyo a las protestas.