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Imagen de archivo de varias copas de vino.

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La polémica está servida entre los que prefieren el vino frío y los que defienden que, recién salido de la nevera no se aprecian todos los matices del gusto. ¿A que temperatura hay que servir un vino? No todos son iguales, y la temperatura a la que deben servirse tampoco. Entre los expertos hay consenso en señalar que esta debe ser mayor en los tintos que en los blancos, y que debe ir aumentando a medida que incrementa el tiempo de crianza, pues así potenciará sus cualidades.

Los tintos jóvenes son los que se sirven a una temperatura más baja, ya que tienen menos carga de taninos y más acidez. En principio, lo ideal sería entre 12ºC y 15ºC. La temperatura sube con un tinto con crianza en barrica: subimos un par de grados la temperatura (entre 14 y 17 ºC), ya que hablamos de vinos en los que la crianza en barrica ha hecho que disminuya la acidez y la carga de taninos. Para los tintos con estancia prolongada en barrica: tras más de 12 meses en barrica (algunos incluso superan los 36 meses), estos vinos admiten temperaturas superiores, de 16 a 18 ºC, que permiten apreciar su contenido en taninos.

El vino blanco dulce (moscatel, Pedro Ximénez...) se sirve frío (a unos 7ºC). Un vino dulce templado o caliente será probablemente empalagoso, pues el dulzor se acentúa con la temperatura. Por lo que respecta a los vinos blancos, cuanto más joven sea más frío deberá servirse: como media, unos 8 o 10ºC. A medida que va adquiriendo edad, o gracias a la acción de la barrica, va perdiendo acidez y ganando en aromas.

Los espumosos necesitan una temperatura de 6 o 7ºC para apreciar la finura de la burbuja.

Es hora de comer y se nos ha olvidado enfriar el vino. ¿Lo metemos en el congelador? Pocas cosas hacen tanto daño a un vino como los cambios bruscos de temperatura. El congelador para dar un golpe de frío a un vino, o el radiador para atemperarlo, son pésimas costumbres que no hacen más que perjudicarlo.

Hay que ser previsor y pensar que si queremos servir un vino frío, lo ideal es introducir la botella en una cubitera con agua, hielo y sal. Por ejemplo, un vino blanco necesita unos 10 o 15 minutos de cubitera. También podemos meterlo en la nevera unas dos horas antes. 

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