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Portada de la revista XXII

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Me decía Kacper Wierzchos, en esta entrevista, que los docentes más importantes para la vida de una persona son los de secundaria. Lo decía con emoción, con un gran respeto, a los que considera figuras fundamentales en el camino vital de cualquiera de nosotros. Explicaba que a la universidad uno ya llega con el trabajo hecho, mientras que a las primeras etapas escolares todo es descubrimiento. 

Pero son los profesores de secundaria los que dejan huella, los que marcan la vida y el futuro de las personas. De todos los profesores que él tuvo hay uno de Lleida que lo marcó. Tanto, que este año ha querido cerrar el círculo y poner su nombre en un asteroide que ha descubierto. Una roca que viajará por los siglos de los siglos compartiendo órbita con nombres como Einstein, Hubble o el mismo Joan Oró.

Permitidme una reflexión —o, quien sabe, un plato servido frío. Este año servidor de ustedes ha celebrado el hito de los cuarenta años, lo suficiente relevante como para reunirnos toda la quinta de un pueblo grande de Lleida. Una treintena. Que en su momento compartimos, prácticamente todos, los mismos profesores. A la reunión, y dando un repaso de nuestras profesiones, constaté que no había ningún ingeniero, ni matemático, ni físico entre nosotros.

En cambio, abundaban las profesiones vinculadas a la salud, la educación y, naturalmente, en la tierra y lo local. ¿Coincidencia? Días antes una persona próxima me hablaba de un profesor de matemáticas que, a la etapa de secundaria, los contagió la pasión por su materia. Hoy, dos o tres de aquellas alumnas son ingenieras de alto nivel, reconocidas internacionalmente.

De forma parecida lo expresaba Kacper Wierzchos (leed la entrevista). Y quizás tiene razón: al final, todos somos un poco fruto de aquellos profesores que, en algún momento, nos hicieron levantar la mirada y creer que podíamos llegar más lejos.

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